Es probable que la terrible pandemia que sufrimos comporte, cuando entremos en la nueva normalidad, importantes cambios en algunas metodologías y rutinas de trabajo en muchos sectores. Pero de lo que no cabe ninguna duda es que la enseñanza será uno de ellos. O al menos debería serlo, si la dejan quienes pretenden mantenerla cautiva.
En mi doble calidad de padre de familia numerosa y responsable de una institución educativa con centros en diferentes comunidades y contextos socioeconómicos, he podido comprobar y compartir con otras instituciones educativas y familiares, el maravilloso trabajo que están realizado los docentes, los alumnos y las familias, en general, cuando la administración les ha dado – a la fuerza- una verdadera autonomía.
Ha explosionado una nueva realidad en el mundo de la enseñanza obligatoria- en la enseñanza superior ya lo es desde hace años- una nueva realidad para la escuela: una enseñanza no presencial regulada, una oportunidad de oro que la sociedad no puede perder.
Es evidente que, en general, la enseñanza presencial tiene considerables ventajas educativas sobre el que se hace on line. Pero, en determinadas situaciones y contextos, quizá las familias la prefiriesen, sobre todo si se hace de manera planificada, organizada y sin que tenga que suponer para los padres el sobreesfuerzo que les ha supuesto su nacimiento improvisado.
Pienso, por ejemplo, en la tan cacareada España vaciada, donde un número indeterminado de costosos autobuses van recogiendo unos pocos niños en cada pueblo, para conducirlos durante tiempo hasta un edificio en el que reciben clases presenciales, el único modelo posible en España hoy para las familias.
¿No podrían los padres que no encuentran cerca un colegio que se adapte a sus necesidades ya sean de ideario, lengua vehicular, confesión religiosa, bilingüismo, prestigio académico, etc, tener a su alcance una solución reglada, que no pase necesariamente por la presencia física y permanente de sus hijos en un inmueble concreto?
Son innumerables las situaciones y razones por las cuales las familias podrían decidirse por un sistema no presencial o semipresencial debidamente regulado, impartido quizá por los mismos titulares que el presencial, como ocurre en la enseñanza superior.
De lo que no cabe ninguna duda es que regular y normalizar esta nueva modalidad, este nuevo carril en la autopista de la enseñanza, abriría una ventana inmensa de libertad educativa en un modelo anquilosado, de carril único. Los verdaderos protagonistas de la educación –maestros, alumnos y familias- han demostrado ser absolutamente capaces de hacerlo, cuando la camisa de fuerza del sistema actual, se ha roto por todas las costuras.
Un modelo no presencial regulado, no será el bálsamo de Fierabrás, nada lo es en la enseñanza, pero sí sería una opción más que podría ponerse a disposición de las familias que lo deseasen y por sus circunstancias prefiriesen acomodarse a él. Más pluralidad de modelos, más libertad de elección para las familias.
La mayoría de las escuelas lo están haciendo este trimestre, casi todos los profesores ya lo están experimentando y todos los alumnos lo están viviendo con total naturalidad siendo el entorno digital muy natural para ellos.
¿Vamos a malograr esta oportunidad, emergida por las circunstancias del confinamiento, de dar un paso de gigante en nuestro sistema educativo en las escuelas?. No dejemos que se cierren de nuevo las ventanas ahora que el cuarto está más ventilado que nunca.
Juan Carlos Corvera
Presidente de Educatio Servanda
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