La homilía pronunciada por el obispo de la diócesis de Getafe, D. Joaquín Mª López de Andujar en la Ceremonia eucarística y de Consagración al Corazón de Jesús de la Fundación Educatio Servanda que tuvo lugar el pasado sábado, 15 de octubre, fue uno de los puntos más destacados y comentados por las miles de familias que asistieron al acto. Por su belleza y por su interés, a continuación la reproducimos íntegramente.
HOMILÍA DE DON JOAQUÍN MARÍA LÓPEZ DE ANDÚJAR EN LA CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE EDUCATIO SERVANDA
La consagración al Sagrado Corazón de Jesús nos invita a contemplar el misterio inefable del amor divino manifestado en Cristo, cuyo corazón abierto en la cruz por la lanza del soldado romano fue la máxima prueba de su generosidad y la fuente de donde manaron los sacramentos de la Iglesia. Y nos invita también a situar bajo esta perspectiva de la generosidad toda la tarea educativa de esta Fundación así como bajo la perspectiva de la plena confianza en el amor de Dios que siempre nos va acompañar
“En esto consiste el amor de Dios: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4,7-16)
En la oración propia de la fiesta del Corazón de Jesús nos hemos dirigido a Dios diciendo: “Dios Todopoderoso, al celebrar la solemnidad del Corazón de Jesús, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros; concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracias”.
En el Misterio del Corazón de Cristo, que hoy celebramos, la Iglesia quiere revelarnos la humanidad de Dios y quiere hacernos sentir la cercanía entrañable de un Dios, que, en Cristo, se hace “todo corazón” y todo amor. En el Corazón de Jesús podemos descubrir a un Dios que es capaz de llegar a nosotros con sentimientos humanos, para que nosotros, como respuesta, entremos en este Misterio de amor y le entreguemos a Dios, en el Corazón de Cristo, todo el amor del que somos capaces y todos nuestros sentimientos de gratitud y de confianza.
La liturgia de hoy nos ilumina para entender cómo debe ser nuestra relación con el Señor y descubrir las actitudes que hacen posible esa relación. Nuestra relación con Dios tiene un carácter personal, tiene un carácter de totalidad, tiene un carácter salvador y tiene un carácter de adoración. Y esto lleva consigo unas implicaciones en el campo de la educación.
1.- Nuestra relación con el Señor ha de tener, en primer lugar, un carácter personal. Nuestra relación con el Señor ha de ser una relación “de corazón a corazón”. Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre. Conoce nuestra vida entera: lo que somos y tenemos, nuestras luces y nuestras sombras, nuestros miedos y complejos, nuestra búsqueda de la verdad y nuestras dudas, nuestros deseos de amor, de verdad y de bien. La fe es el fruto de un encuentro personal y el seguimiento de Cristo brota de ese encuentro. La fe es un tu a tu con el Señor, que cambia la vida y nos hace criaturas nuevas. Por eso el seguimiento de Cristo puede adquirir modalidades muy diversas y puede ser fruto de carismas muy diversos. El Señor conoce lo que somos y nos quiere como somos y nos invita a seguirle de la manera más apropiada a nuestro modo de ser. Dios no cambia nuestro ser, no cambia nuestra naturaleza, sino que la ilumina, la transfigura y hace brotar de ella, con su divina gracia, todas sus potencialidades. Por eso en la Iglesia hay tantos carismas, tantos ministerios y carismas, todos ellos encaminados a la edificación del Cuerpo de Cristo. Este carácter personal de la relación con el Señor, marca también un estilo educativo. Es el del respeto. Respeto al crecimiento de cada uno y su propio ritmo de maduración. Y respeto a los diversos carismas con los que Dios ha enriquecido a su Iglesia..
2.- En segundo lugar nuestra relación con el Señor ha de tener un carácter de totalidad. Seguir a Jesús compromete la vida entera. No es algo parcial, algo que ocupa sólo un aspecto de la vida, algo ocasional o pasajero. Seguir a Jesús compromete la vida entera, en todas su dimensiones. Hay muchas expresiones de Jesús que indican el carácter radical que implica su seguimiento. Al joven rico, que quiere seguirle, le invita vender todo lo que tiene. En la parábola del mercader de perlas finas le sugiere que se desprenda de toda su mercancía para alcanzar la perla preciosa. Y a los apóstoles claramente les dice: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por y por el evangelio la salvará. Pues de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida”. Este carácter de totalidad es fundamental en la educación porque nos invita a una visión integral del hombre. Un error educativo muy grave es el de la fragmentación de la persona, y esto sucede cuando lo que se oye en casa o en el colegio no coincide o cuando lo que dice un profesor no coincide con lo que dice el otro, o cuando sola se acentúan en la educación determinadas dimensiones de la persona, olvidando otras. Hay que educar en todas las dimensiones de la persona, (intelectual, afectiva, apertura a la trascendencia, aprender a convivir, descubrimiento de las propias cualidades, descubrimiento de la vocación, etc.) buscando la complementariedad y la mutua cooperación entre la familia, el colegio y la comunidad cristiana.
La contemplación del amor de Dios siguiendo a Jesús, exige totalidad. Un corazón dividido, descentrado o perdido nunca llegará a vivir con plenitud la experiencia gozosa del amor de Dios.
3.- En tercer lugar la relación con el Señor tiene un carácter salvador. El seguimiento de Jesús es un seguimiento que salva y la contemplación del amor de Dios en la humanidad de Cristo, en su Corazón, es una contemplación que nos hace criaturas nuevas. Conocer a Cristo, en su intimidad, en su Corazón, lleno de misericordia, es un conocimiento que da sentido a la vida y la llena de esperanza y de luz. En el Corazón de Cristo el hombre descubre la verdad. En el Corazón de Cristo, en el amor de Dios manifestado en la humanidad de Cristo todo adquiere consistencia y sentido y todo se ilumina. En El Corazón traspasado de Cristo, en el misterio de la Cruz, la creación entera, herida por el pecado de Adán, vuelve a recobrar su verdadera belleza para retornar al Padre y alabarle eternamente. Este descubrimiento de Jesucristo como fuente de salvación, da nuestro proyecto educativo un profundo sentido de esperanza. La vida del hombre esta en manos de Dios. Y nada, ni nadie nos podrá arrebatar su amor. La esperanza es fundamental en la educación: esperanza en Dios y esperanza en las posibilidades del hombre. Hay que creer en el alumno y hay que despertar en él la confianza en sus propias posibilidades. Es un criterio esencial para evitar el fracaso escolar. Los grandes educadores, como D. Bosco, insistían mucho en este punto. Hay que creer en los jóvenes y hay que quererles de verdad y que ellos se den cuenta de que les quieres. Y cuando ven que les quieres, les puedes exigir y ellos te lo agradecen. Y son capaces de dar mucho. Sus posibilidades se acrecienta.
Encontrase con Jesús y seguirle es alcanzar la salvación y reconocer que sólo en Él podremos descubrir la verdad de todas las cosas. Sin Cristo vamos a tientas. Sin Cristo todo es oscuro y confuso. En Cristo “hemos pasado de las tinieblas a la luz”. En Él y con Él salimos de la oscuridad y entramos en la luz. El encuentro con Cristo siempre es un encuentro salvador y hasta lo más pequeño y sencillo, lo aparentemente más insignificante se llena de significado.
En el ofertorio de la Misa, junto con el pan y el vino que se van a convertir en el Cuerpo y la Sangre del Señor, hemos de poner toda nuestra vida, esa vida que está hecha de pequeñas cosas, pero que unida a la del Señor, por el don del Espíritu Santo, adquiere dimensiones de verdadera grandeza hasta el punto de convertirse también, junto a Cristo, en fuente de salvación para todos los que nos rodean. “La creación expectante está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”. Nuestra vida unida a la de Cristo nos convierte en verdaderos hijos de Dios que hacen presente en el mundo el amor de Dios y la salvación de Dios que la creación espera con tanto anhelo.
4.- En cuarto lugar nuestra unión con el amor de Dios en la humanidad de Cristo ha de tener un carácter de adoración. Los evangelios narran la Transfiguración del Señor en el contexto del seguimiento a Cristo, que camina hacia Jerusalén para ofrecerse al Padre en la Cruz. En ese Cristo transfigurado resplandece la divinidad. En la humanidad de Cristo que camina hacia la cruz para entregarse como cordero inmaculado, se nos revela el misterio de Dios. Por eso nuestro encuentro con el Corazón de Cristo es un encuentro de adoración. Y hemos de postrarnos ante Él para decirle. Señor mío y Dios mío. En la humanidad de Cristo, humanidad que se prolonga en la Iglesia haciéndose especialmente presente en los sacramentos, resplandece la luz de Dios. “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Pidamos a Dios ese corazón limpio para descubrir y adorar su divinidad en la humanidad de Cristo y en la humanidad de la Iglesia. Y ese encuentro con la divinidad de Cristo, con la luz de Cristo, nos convertirá en hijos de la luz y hará que en nuestras vidas resplandezcan amando de corazón a todos nuestros hermanos. “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna..Quien dice que está en la luz y aborrece al hermano está aun en las tiniebla. Aquí encontramos también un criterio educativo muy importante. Un criterio para educar en la libertad. La libertad que nos viene de ser hijos de Dios, El hombre verdaderamente libre es aquel que sabe orientar su vida hacia el Bien, hacia la Belleza, hacia la Verdad y hacia la Bondad. Dios es el Sumo Bien y la suma verdad y la suma belleza. Sólo en Él se saciará nuestro corazón. El sentido de adoración nos ayuda a vencer todas las idolatrías, todos los ídolos falsos, que son muy atractivos, pero que, al final dejan vacío el corazón.
Pidamos a la Santísima Virgen, que tan cerca estuvo de su Hijo en la Cruz, que nos haga comprender la riqueza de amor que brota del Corazón de su Hijo y vivamos siempre de ese amor, para convertirnos también nosotros en fuente de salvación y amor para todos los hombres.
Sin comentarios