Es un hecho que la familia ha experimentado importantes cambios en los últimos años; que la crisis moral que se ceba sobre la sociedad, ha atacado también al corazón de la institución familiar; y que este deterioro, en muchos casos hace inevitable su desestructuración, mermando la capacidad educativa de los padres. Con demasiada frecuencia, no pocos padres terminan por ceder el protagonismo educativo de sus hijos a los centros escolares.
La familia –nos dice la Iglesia- es la institución humana donde el hombre y la mujer, los adultos y los niños, encuentran las posibilidades de desarrollo y perfeccionamiento humano más íntimo y profundo. Es una institución fundamental de los hombres que garantiza verdadera estabilidad social y conduce al bien común. Así la concibe Educatio Servanda, de ahí que abogue por la institución familiar como base que sustenta la educación que ha de ser conservada. Porque en la familia encuentra el niño su primera escuela, el primer espejo donde éste busca hallar su reflejo.
Los padres tienen el derecho original, primario e inalienable de la educación de sus hijos; es a ellos a quienes corresponde decidir qué centro educativo desean que colabore en ese proceso que ha de conformar la esencia del proyecto de vida de sus hijos. La familia debe ser ese espacio privilegiado desde el que promover la asunción y práctica de los valores y virtudes cristianas. Como también la primera escuela de socialización, el medio propicio para que la persona se integre naturalmente en el tejido social.