El logo diseñado para el acto del 15 de marzo representa el Corazón de Jesús. Si le echamos un vistazo con ojos superficiales, no veremos gran cosa. Si acaso unos cuantos trazos, dos concretamente, que se asimilan a lo que parece ser un corazón y una cruz… Sin embargo, si interiorizamos nuestra mirada veremos un corazón…
– Sencillo: porque la sencillez sugiere cercanía y la cercanía propone amistad. Una amistad sincera. A través de su Corazón, Jesús nos invita a entrar en íntima amistad con Él. Si el Corazón de Jesús sintetiza y somete a veneración la esencia de todo el cristianismo, no debemos olvidar que el cristianismo es amistad con Cristo; la amistad añade al amor el mutuo conocimiento y la mutua comunicación en el amor mismo.
– Actual: porque el Corazón de Jesús se hace más necesario que nunca a los ojos del alma, y porque, en cuanto necesario, ha de ser actual. Ahora bien, ¿a qué “actualidad” nos estamos refiriendo? En los últimos tiempos, diera la impresión que el Corazón de Jesús hubiera perdido fuerza; la razón es que el corazón humano ha sido deformado, identificándose con sensiblería y emotividad; con deseo y placer.
Nada tiene que ver esta actualidad caprichosa, que en su fugacidad ya nace caduca, con el Corazón de Jesús. El Corazón de Cristo no sabe de modas. No atiende a deseos tan efímeros y placenteros como vacuos. Es actual porque es real y permanente; porque volvió a latir en la resurrección y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Es actual porque siempre está ahí, a nuestro lado, acompañándonos. Entregándose. Ajeno a la sensiblería, su Corazón no es blando, ni sentimental y mucho menos sensiblero. Antes al contrario, es afecto sólido y cordial, que se da desde el centro de la persona. El Corazón de Cristo es actual porque es eterno.
– Profundo: el corazón que proponemos con nuestro logo carece de fondo, habida cuenta que el Corazón de Jesús no conoce límites y se nos ofrece como amor infinito. Tal es la profundidad de su corazón que habita en el centro del ser humano. El hombre no es hombre sino tiene corazón. Pero se trata de un corazón que hondo e íntimo, se erige en sede del afecto donde, como afirma el P. Mendizábal presiona la unidad corporal-espiritual de la existencia humana. ”El corazón es el hombre en su raíz”.
– Palpitante: en cuanto al color, hemos querido que éste fuera de un rojo palpitante, latente. Sanguíneo. Tan sanguíneo, latente y palpitante como lo es el Corazón de Cristo. Un rojo vivo. Tan vivo como lo está Jesús. Lo sabemos porque lo vivimos cada día. A través de la Eucaristía, de la oración, de los sacramentos, nos encontramos con Él. Hablamos con Él y por Él somos escuchados. De corazón a corazón entramos en intimidad con el Cristo vivo.
– Rasgado: el Corazón aparece rasgado por el hombre. Rasgado por sus pecados. Es el Cristo que traspasado en la cruz, en una inequívoca declaración de amor, nos deja ver sus heridas, las cuales dan testimonio de su pasión por amor a todos y cada uno de nosotros. En la visión del Corazón de Cristo es esencial la conexión entre el hecho del calvario y su realidad actual en relación con nosotros.
– Abierto: finalmente observamos que, aun atravesado por la cruz, el corazón permanece abierto. Aunque rasgado por nuestros pecados, su corazón se abre y apela a nuestro corazón. Nos muestra, desnudo, sus heridas, las cuales, lejos de ser simplemente una evocación del pasado, nos recuerdan que su obra de redención sigue siendo presente, si no con el dolor en su cuerpo mortal, sí con idéntico amor y entrega. Jesús nos enseña su corazón abierto y nos lo ofrece, saliendo a nuestro encuentro para abrazarnos con su amor. Recurriendo de nuevo al P. Mendizábal, “el corazón abierto representa la insistencia del amor de Dios en buscar al hombre que lo ha rechazado”. El Corazón de Jesús busca nuestro corazón porque nos ama.
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